UNOS DE LOS GRANDES OLVIDADOS DE LOS HOMBRES ARGENTINOS
FRANCISCO MORENO - PERITO MORENO
Cuaderno 16
Francisco P. Moreno
Alma de la Patagonia
por Germán Sopeña
EXPLORADORES
Si el padre Alberto De Agostini fue el gran explorador de la Patagonia en el siglo XX, el doctor Francisco Pascasio Moreno fue indiscutiblemente la figura mayor del siglo XIX, sea como descubridor, soñador o gran defensor de esos inmensos territorios que nadie hasta entonces había conocido como él.
Y la afirmación vale pese a que su estatura de explorador debía compararse por aquellos años con algunos predecesores ilustres de la talla de Charles Darwin, del francés Alcide D’Orbigny, del británico George Chaworth Musters o del jesuita Niccoló Mascardi, por mencionar a los principales nombres de una coda lista de descubridores del fin del continente americano, tantas veces comparado, con razón, con el fin del mundo conocido.
Desde muy temprana edad, Moreno se equipara a esos pioneros con viajes y observaciones de notable alcance. Pero su dimensión personal fuera de lo común se irá agigantando con el tiempo porque Moreno no fue sólo el aventurero y el científico con salud de hierro y desprecio por el peligro; fue en realidad una multitud de personas a la vez, capaz de asumir tantos roles como fuera necesario y guiado siempre por el afán del admirador de una Patagonia a la que le adivinó el alma y la esencia con la sensibilidad que no tuvo Darwin, que sólo vio allí una "tierra maldita" por la aridez y la desolación de las interminables mesetas.
Moreno comenzó recorriendo los caminos de Darwin. Utilizó, incluso, como guía para uno de sus grandes viajes el relato pormenorizado del naturalista británico, que había remontado el río Santa Cruz en 1834. Pero el alcance de la mirada de Moreno fue ilimitado. Lo sintetiza bien una de sus primeras definiciones al recorrer, con ojos de descubridor, los primeros escenarios patagónicos en su viaje inaugural al sur: "Después de examinar el yacimiento fosilífero de Punta Alta descubierto por Darwin, y acompañado por dos muchachos indígenas, me dirigí a Nueva Roma, último destacamento fronterizo. Hermoso porvenir tienen aquellos parajes ocultos bajo el aspecto árido que le dan sus salitrales, sus médanos y sus matorrales espinosos. Ansío para esos lugares, una escuela donde se aprenda a aprovecharlos". (Reminiscencias del Perito Moreno, págs. 26-27, Ed. Elefante Blanco, 1997).
Tal como se ve en la fuerte imagen que nos devuelve la clásica foto de Moreno ya viejo y en traje de hombre de ciudad, sus ojos transmiten su fuerza para retener las distancias, los ríos, las montañas, los lagos o los desiertos y transformarlos en un compromiso absoluto con esa Patagonia que le atrapó los sentidos.
Un hombre múltiple, como sólo pudieron serlo durante aquella etapa fundacional de la Argentina, que también se colocaba en la línea de los grandes humanistas de todos los tiempos: naturalista, caminante, aventurero, científico, geógrafo, escritor, fotógrafo, diplomático, estadista, educador, filántropo. En la Argentina se lo recuerda, ante todo, como el Perito Moreno, un título, que ganó gracias a su formidable tarea de negociador frente a Chile en la larga disputa por los límites fronterizos, que concluyó con el arbitraje de la Corona británica de 1902, y que dio largamente razón a Moreno por la contundencia de sus argumentos geográficos, históricos y científicos. Siempre guiado por esa mezcla de sentimiento poéticos y poéticos al mismo tiempo que eran una suerte de ideología misteriosa que unió a los grandes nombres ilustres de la Argentina de la segunda mitad del siglo XIX -los Sarmiento, Mitre, Alberdi, Roca, Avellaneda- para producir una conjunción extraña y transformadora, capaz de cambiar totalmente al país en pocos años y convertirlo, de una nación pobre y sin destino del poscolonialismo español en una de las grandes promesas de prosperidad y modernismo al llegar al primer centenario de vida como nación independiente, en 1910.
A esa estirpe pertenecía Moreno. Pero si muchos de sus pares de la época dieron sus batallas en ministerios, legislaturas, presidencias o en los centros del poder mundial del siglo XIX, Moreno sería el hombre de los espacios desconocidos, de lo inexplorado, del gran futuro del país y de la región. Y, en verdad, del futuro del hombre en general, porque en su visión de extraordinaria anticipación, Moreno supo ver antes que nadie que por amplia que fuera la Patagonia, era necesario preservar la naturaleza para el futuro creando parques nacionales para evitar el abuso humano, y transmitiendo, ante todo, la idea del respeto a los árboles, a las montañas y a los pobladores naturales de esos territorios, que sufrirían el embate inevitable de los nuevos colonizadores. Fue un ecologista antes de que se inventara la palabra. Y lo llevó a la práctica donando todo lo que tenía para que se creara, en lo que hoy es Bariloche, el primer parque nacional argentino, símbolo del respeto y la preservación de la naturaleza por la cual Moreno había comenzado a trabajar, quizá sin darse cuenta, desde los primeros años de su infancia.
NATURALISTA PRECOZ
Nacido en Buenos Aires el 31 de mayo de 1852, Francisco Pascasio Moreno llegó al mundo en el seno de una familia de buen pasar y de estrechas relaciones con el mundo de la política. Su padre, Francisco Facundo Moreno, hombre ilustrado y de fortuna, encarnaba el pensamiento liberal y contrario al dictador de la época, Juan Manuel de Rosas, cuyo gobierno había obligado a muchos argentinos a exiliarse en Uruguay. Entre ellos se encontraba don Moreno padre, quien compartió aquellos años de exilio con figuras como Mitre, Sarmiento, Echeverría y muchos otros nombres que jugarían un papel clave en la nueva etapa argentina que comenzaría tras la derrota definitiva de Rosas en la batalla de Caseros, en febrero de 1852.
La familia Moreno regresó a la Argentina pocos días después de esa bisagra histórica del siglo XIX para la Argentina y pocos meses después nació el primer hijo varón de Francisco Facundo Moreno y Juana Thwaites, argentina, hija de un militar inglés radicado en Buenos Aires tras el fracaso de las invasiones inglesas de 1806 y 1807.
Desde muy temprano, Moreno mostró una inusual afición por la naturaleza y por los restos que hablaban del pasado geológico. En escapadas a las riberas del río y, sobre todo, en una larga temporada en la estancia de unos parientes en Chascomús, que le permitió alejarse de la epidemia de fiebre amarilla de aquellos años, el precoz Moreno comenzó a juntar huesos y restos de vida vegetal o animal en lo que parecía ya una vocación natural, que fue alimentada y estimulada por su padre.
En el campo de la provincia de Buenos Aires, su búsqueda de restos del pasado acrecienta su curiosidad por la exploración. Presiente que hacia el sur, donde muy pocos se aventuran, el continente casi virgen debe reservar hallazgos extraordinarios.
A los 15 años de edad, Moreno tenía ya una colección tan importante de restos óseos y de algunos fósiles que su padre invita un di a al ex presidente Sarmiento a conocer el museo propio del joven naturalista. De inmediato, Sarmiento advirtió que se trataba de un caso excepcional. Y le dio un consejo de gran valor: "Hay que presentar a su hijo al doctor Burmeister".
Germán Burmeister, científico y naturalista alemán, había llegado al país, como muchos otros grandes educadores, atraído por Sarmiento para ocupar un lugar clave en las instituciones culturales de la Argentina. Con gran interés, analizó las piezas de la colección de Moreno y encontró, incluso, una rara especie de armadillo para la que recomendó la clasificación científica original, bajo el nombre de Dasypus Moreni.
Uniendo su consejo al del naturalista belga Eduardo Van Beneden, Burmeister alienta al joven Moreno a que envíe a Francia un relato de sus trabajos al célebre científico francés Paul Brocca -el descubridor de las diferencias entre los hemisferios cerebrales-quien no sólo toma nota de esos conocimientos de la lejana América del Sur sino que inicia una larga y provechosa relación epistolar con Moreno, a quien le abrió, para el futuro, las puedas del mundo científico europeo. Así añadió Moreno, a su multifacética actividad de estudioso en el terreno, estrechos contactos con el mundo avanzado, para dar a conocer lo que sus ojos y sus exploraciones descubrían.
Burmeister fue también el primero que confirmó a Moreno el extraordinario atractivo científico que esperaba allá en el Sur. Sin haber viajado aun, Burmeister había tenido noticias de la importancia geológica y paleontológica de la Patagonia por los relatos y testimonios aportados por un joven militar con vocación científica, el coronel Luis Fontana, quien de sus incursiones hacia lo que hoy es el norte de la Patagonia había traído numerosos vestigios del pasado.
Cuando Fontana se los llevó a Moreno, el naturalista en formación supo ya que su futuro estaba definido. Debía partir hacia el sur del país en busca de lo desconocido.
SU PRIMER VIAJE
Con sólo 21 años de edad, Francisco P. Moreno, que junto a un grupo de entusiastas de la ciencia acababa de fundar la Sociedad Científica Argentina, decide lanzarse a la exploración del Sur misterioso.
Se embarca rumbo a Carmen de Patagones, el puerto en la margen norte del Río Negro, ya en plena Patagonia. Viaja con el belga Van Beneden, quien lo alienta a tomar notas para futuros trabajos científicos. Allá comenzó su hábito de viajar con lo mínimo indispensable, que incluía un bolso para recoger huesos o fósiles, un cuaderno de notas para apuntar cuidadosamente lo registrado, y un revólver Smith & Wesson para hacer frente a lo imprevisible. A ese pequeño equipo agregaría luego un poncho, para protegerse del frío, y siempre algunas latas de foie gras, capaces de mitigar las penurias en muchos momentos extremos que le tocaría vivir en su deambular por la Patagonia.
En la exploración de un territorio sin ley ni asentamientos de ningún tipo, Moreno advierte en seguida que será fundamental mantener buenas relaciones con los indios que ocupan aquellos vastos espacios. Y comenzará de esta forma una larga historia de fluidos contactos personales con los principales jefes indios de la Patagonia -los caciques Shaihueque, Foyel, Inacayal y muchos otros- que no sólo lo respetan como hombre bravo y de conocimientos sino que le proveerán datos y secretos inapreciables para recorrer los valles, acceder a pasos cordilleranos y le transmitirán muchos conocimientos de origen legendario que ayudarán a Moreno para construir su enorme rompecabezas intelectual, con el cual describirá como nadie, en la Argentina y en el mundo hasta entonces, la Patagonia geográfica, geológica y orográfica.
Al retorno de ese primer viaje a la Patagonia, Moreno clasifica todos los restos geológicos, paleontológicos y arqueológicos recolectados en las márgenes de los ríos Negro y Colorado y envía un completo informe a Francia, donde el científico Paul Brocca recibe alborozado esas novedades y hace publicar en 1874, en la Revue d´Anthropologie un completo trabajo donde se detallan los descubrimientos del joven naturalista argentino. Moreno comenzaba a dar forma a su visión integral de la Patagonia con el arma más formidable que utilizaría siempre: el conocimiento, los nuevos datos, la información inapelable.
Une a su afán por la exploración la convicción patriótica de abrir los horizontes del país hacia esas fronteras desconocidas. En todos sus escritos se mezclan permanentemente las descripciones científicas, las preocupaciones por la cuestión de límites con Chile y la ansiedad por vislumbrar un futuro de desarrollo y prosperidad en esos desiertos, donde imagina inmensas posibilidades para un aprovechamiento económico que aún hoy, más de cien años después, sigue siendo una tarea pendiente en la Argentina del siglo XXI.
Lo inquieta sobremanera el conflicto latente con Chile. Y lo describía de este modo en su relato sobre sus primeros viajes: "La cuestión de límites con Chile se agitaba cada día y las pretensiones de este país se extendían a toda la Patagonia. La ignorancia de los argentinos sobre estos territorios era, puede decirse, completa. En cambio, los chilenos exploraban la región occidental andina oeste y adelantaban sus poblaciones en el Sur; tenían en su poder Magallanes y hacían actos de jurisdicción en Santa Cruz, con mengua de nuestros derechos".
Su percepción sobre la gravedad del conflicto limítrofe se agudiza en ocasión de su segundo viaje a la Patagonia, en el verano de 1874, cuando acompaña al comandante Martín Guerrico, que iba al mando del bergantín Rosales y se dirige a Colonia Santa Cruz, en la desembocadura del río Santa Cruz, para afirmar la presencia argentina en el lugar, donde muy poco antes se había registrado un desembarco y declaración de posesión por parte de marinos de Chile.
La vista impresionante de la desembocadura del Santa Cruz, río caudaloso y de neto color glaciario, estimula la imaginación del joven explorador. Lector de Darwin, que, había remontado en su ingreso frustrado hacia la cordillera, Moreno decide allá mismo que en uno de sus próximos grandes viajes deberá adentrarse en la Patagonia por ese camino natural que baja de los Andes. Puede decirse que intuye, desde la costa, que en el fondo andino lo esperan sus mayores descubrimientos.
Pero antes de esa incursión mayor hacia lo desconocido, cree llegado el momento de reconocer las zonas desconocidas de la Patagonia norte, a partir de Carmen de Patagones. Ese será, concretamente, su primer gran viaje de exploración hasta el fondo cordillerano, con el cual comenzará a sumar descubrimientos geográficos de extraordinario valor.
RUMBO A BARILOCHE
Lo organiza para la temporada veraniega de 1875, con el propósito de atravesar toda la Patagonia norte a caballo y cruzar a Chile por algún paso cordillerano. Lo alienta en la misión el ex presidente Bartolomé Mitre, que comparte su preocupación por el futuro de la Patagonia, algo que muy pocos políticos de la época entienden y que ni siquiera conocen.
Mitre le entrega a Moreno una carta personal para que, cuando llegue a Chile, Moreno se presente ante el ministro de Relaciones Exteriores chileno, Diego Barros Arana. Curiosa premonición: 25 años después Moreno y Barros Arana serán los peritos de cada país para dirimir la gran cuestión ante el árbitro inglés que laudará en 1902.
Sin embargo, Moreno no podrá llegar esta vez hasta el Pacifico. La travesía por la Patagonia, dominada entonces por los indios, debe efectuarse con el acuerdo de los distintos caciques de cada región. Moreno, que aprende a tratar con ellos como prácticamente no lo había hecho ningún hombre blanco hasta esa época, sabe mostrarse de entrada como hombre firme y de coraje personal, de pocas palabras pero respetuoso de cualquier compromiso contraído.
El gran cacique Shaihueque -el "manzanero", porque lideraba a las tribus del "país de las manzanas" como se conocía ya al valle del río Negro porque se habían reproducido generosamente los primeros manzanos que introdujo Mascardi- recibe a Moreno con honores en sus tolderías y preside un consejo de jefes indios para determinar si le otorgan permiso para cruzar a Chile por un paso cordillerano que sólo ellos conocían. Desconfiados, los indios deciden que se le da permiso para recorrer la zona, pero no para cruzar la cordillera. Astutos, los caciques prefieren conservar ese conocimiento vital como uno de sus mayores secretos. Moreno se muestra respetuoso de la palabra acordada. Será quizá esa actitud la que le permitirá salvar la vida, tiempo después, en un momento difícil frente a los indios.
En las tierras de Shaihueque, entre los valles de los ríos Caleufu y Collón Cura, que se unen para desembocar juntos, luego, en el río Limay, Moreno negocia el ansiado permiso para llegar al menos al lago Nahuel Huapi. Su observación desde las colinas circundantes, siempre con la visión dominante del volcán Lanín a la distancia, le permitió ver que en el fondo de lago Lacar se dibujaba un paso natural -el río Hua Hum, que va hacia el Pacífico- por donde hubiera sido fácil pasar rumbo a Chile sin mayores contratiempos. Pero en sus días en los toldos de Caleufu, Moreno se entera del gran malón capitaneado por el cacique Catriel y de los planes indígenas para llevar a cabo otra enorme incursión sobre los campos de los "huinca" (los hombres blancos) para robar ganado y todo aquello que se pudiera obtener por la fuerza.
Moreno decide entonces volver cuanto antes a Buenos Aires para advertir sobre esos planes bélicos. La providencial visita del cacique Quinchahuala a los dominios de Shaihueque da lugar a noches de festejos y largas conferencias por parte de los distintos invitados. Es la oportunidad que necesitaba Moreno para explicar por qué pide permiso para llegar hasta el lago Nahuel Huapi. "Mucho hablé aquel día y debía estar feliz en la operación, pues con la ayuda de Quinchahuala obtuve el permiso para llegar al lago", cuenta Moreno en su relato. Y agrega: "Creo que gané su simpatía por haber aceptado de él y comido sin repugnancia aparente, un plato de harina de maíz con sangre y mondongo crudo, con lo que puso a prueba mi amistad".
Shaihueque le da permiso por sólo dos días para ir al Nahuel Huapi y volver Moreno parte a caballo por las crestas de las lomadas que rodean el Limay hasta que divisa, por fin, el tan mentado y aún desconocido Nahuel Huapi. Es el 22 de enero de 1876, y su relato de ese momento merece ser recordado textualmente: "La esplendidez de la naturaleza aumenta en forma prodigiosa a medida que se avanza hacia el Sur. ¡Qué tranquillo y bello el cuadro en la cercanías del Leman argentino, más grandioso que el suizo! Al llegar al lago ansiado hice reflejar por primera vez en sus cristalinas aguas los colores patrios y bebí con gozo sus frescas aguas en las nacientes el río Limay Me miré por dentro en ese momento de satisfacción. ¿Qué quedaba de las penurias, más aparentes que reales, del viaje? ¡Nada! El espíritu descansaba tranquilo como el lago azulado ese día, sin vestigios de las borrascas anteriores. Muy pequeño había sido el esfuerzo para ser el primer hombre blanco que desde el Atlántico llegaba a tal sitio". En sus anotaciones, Moreno apunta que, decidido a respetar escrupulosamente el pacto con Shaihueque no avanzará más en esa oportunidad. Establece un campamento en una elevación, para reposar solo durante dos días y soñar con el futuro de esa región que se abre a sus ojos como una verdadera tierra prometida. Y anota, textualmente, antes de regresar al compromiso con Shaihueque: "Al despedirme del gran lago hasta otra oportunidad, despejóse el cerro Tronador y me fue dado ver su blanca cumbre".
Era el broche de oro para esa primera visión asombrada de la cordillera, interminable de norte a sur hasta donde alcanzara la mirada de Moreno, sedienta de montañas y de Patagonia. Allí quedó consolidada su vocación de descubridor y se dibujarán en su mente todos los viajes que siguieron por largos años, hasta que casi ningún rincón de la Patagonia le resultara desconocido.
RETORNO Y DESILUSIÓN
Tras algunos días de festejos en los dominios de Shaihueque, donde Moreno vuelve a oír inquietantes informaciones sobre un gran malón que se preparaba para robar ganado en la provincia de Buenos Aires, el descubridor argentino del Nahuel Huapi decide volver a toda marcha rumbo a Buenos Aires para dar noticias sobre lo que se preparaba y poder tomar las previsiones defensivas del caso.
El viaje de retorno no es fácil y también transcurre, como muchas otras veces, por el estrecho sendero de la casualidad que puede salvarle la vida del mismo modo en que pudo terminar en un final trágico e ignoto. En Chichinal, un paraje sobre el río Negro, cercano a la actual ciudad de General Roca, Moreno y su asistente se encuentran con un grupo de indios que transportan buena cantidad de caballos. Moreno, precavido, se presenta como un comprador chileno de esas tropillas robadas- que eran la base del comercio de los indios en aquellos años- y logra así ganar cierta confianza como para pasar la noche junto a ellos. En la oscuridad trama un plan audaz: aprovechar el descanso para salir al galope, arreando y dispersando la caballada de los indios y guardando algunos animales de recambio para volver a todo galope rumbo a la línea de frontera de entonces.
La maniobra, digna de una gran escena cinematográfica, se cumple tal como la imaginó Moreno. Ante el estupor y la inmediata reacción de los indios, con lanzas y flechas pero a pie, Moreno pasa al galope disparando su revólver tras haber liberado a toda la tropilla por el campo. Son segundos dramáticos y vertiginosos. Sin un rasguño, Moreno tiene el campo libre por delante y ha dejado al grupo indígena sin caballos para seguirlo.
Galopando casi sin parar llega en tiempo récord, poco más de un día, a Carmen de Patagones, sobre el Atlántico. Y desde allí, en dos días, a Bahía Blanca. Sigue sin detenerse hasta Tres Arroyos y de allí a Tandil, donde da aviso del gran malón que se avecina. Desde esa ciudad que era casi la línea de frontera argentina de la época, Moreno continúa hasta Las Flores, donde llegaba la punta de rieles, y abandona por fin el caballo para subirse al llamante ferrocarril.
Llega por fin a Buenos Aires y avisa de inmediato al Ministerio de Guerra: "Se avecina el malón más grande que se recuerde". Pero, como sucedería tantas otras veces, la burocracia y las autoridades no reaccionan con la seriedad que reclama el caso. Algunos hasta toman con soma el aviso de Moreno, y llegan a humillarlo con un comentario: "No te creen, dicen que son cosas de muchacho que llega asustado".
Es realmente una burla decirle eso a Moreno, cuya determinación y esfuerzo personal rayan en la temeridad, y que vuelve de haber afrontado riesgos y situaciones que ningún otro hombre blanco de la época ha conocido.
Tres días después caería sobre Tandil el malón más sangriento y costoso en la historia de la lucha contra los indios en la Argentina. Centenares de personas muertas, la ciudad semidestruida y cientos de miles de cabezas de ganado robadas fueron los números de la tragedia que Moreno había anticipado en su primer viaje épico hacia las tierras desconocidas del Sur.
La desilusión personal es muy grande. Pero más fuerte era la vocación de recorrer y descubrir territorios. Y puesto que aún no era el momento de proseguir con las recorridas por los alrededores del lago Nahuel Huapi, porque los indios dominaban ampliamente la región, Moreno concibe nuevas metas, aún más ambicionas, para el futuro inmediato. El verano siguiente será la ocasión para dirigir sus pasos hacia el extremo sur, hacia la Patagonia que ni el propio Darwin pudo vislumbrar, por no haber podido llegar hasta sus fondos cordilleranos.
DEL SANTA CRUZ AL FITZ ROY
Al joven Moreno lo carcome la impaciencia. Propone entonces una meta ambiciosa al gobierno argentino: remontar el río Santa Cruz y explorar la cordillera en esa región, totalmente desconocida hasta ese momento.
El gobierno da su aprobación al proyecto, pese a que muchos lo consideraban descabellado, y pone a disposición de Moreno un bote para remontar el río, dos marineros y un grumete. Junto con ellos, Moreno se embarca rumbo al sur en la goleta Santa Cruz, el 20 de octubre de 1876. Apenas han pasado unos pocos meses desde su accidentado retorno de Nahuel Huapi y ya se encamina rumbo a otro recorrido épico, quizá el más audaz y rico en descubrimientos y confirmaciones para la larga carrera de científico y hombre de Estado que se forja día a día en el terreno y la soledad de la Patagonia. En la goleta Santa Cruz se produce el encuentro de quienes serán, con el presidente Roca, las tres figuras claves de la Patagonia argentina. Por un lado Moreno, joven explorador; por el otro, el capitán Luis Piedrabuena, el legendario marino del Sur cuya fama ha trascendido los mares porque ha cumplido mil proezas y ha rescatado a náufragos de las grandes tragedias del Atlántico Sud.
Como no podía ser de otro modo, Moreno simpatiza de inmediato con Piedrabuena. Lo admira por su modestia y experiencia y así lo anota en su cuaderno de viaje: "Algún día se escribirá la biografía de este bravo y modesto compatriota. Su nombre se halla estampado en las relaciones de viaje que de veinte años a esta parte se han publicado tratando de las costas patagónicas; sus auxilios a los náufragos le han merecido honrosas distinciones de los gobiernos europeos y en esas regiones ha prestado más servicios a la humanidad que muchos de los buques de guerra europeos que cruzan tan tempestuosos parajes".
En el viaje, Piedrabuena lo ilustra sobre la región del río Santa Cruz. Allí, en la isla Pavón, está el refugio del veterano lobo de mar. Y ese será el punto de arranque para la gran odisea de Moreno rumbo a los Andes. El 15 de enero de 1877, Moreno se despide solemnemente de sus amigos de la isla Pavón y pone rumbo a la cordillera, eligiendo remontar el río por la ribera norte.
El viaje hacia el oeste es duro y penoso. Moreno y sus acompañantes deben remontar el caudaloso río Santa Cruz en un bote arrastrado por "la sirga", es decir, con caballos que lo remolcan desde las orillas. Pero sucede que el río tiene infinitos meandros, por lo cual la marcha es extremadamente lenta y dificultosa. Pero Moreno aprovecha la lentitud para convertirla en una oportunidad de observación permanente. Encuentra restos fósiles, confirma los efectos de las lejanas (o cercanas, según se mire) glaciaciones, detecta, casi premonitoriamente, que en el subsuelo debe haber gas combustible, describe la fauna patagónica, y anota todo lo que le llama la atención en el comportamiento de las escasas poblaciones tehuelches, mucho menos belicosas de las tribus del norte patagónico.
Viaja con la guía de las anotaciones de Darwin de 1834 y con los relatos del subteniente Valentín Feilberg, que con la goleta argentina "Chubut" logró la proeza de llegar, en 1873, tres años antes, a un gran lago en las nacientes del Santa Cruz. Ese es el imán que atrae a Moreno, la imagen que no pudieron ver Darwin y Fitz Roy. El 10 de febrero, el pequeño grupo llega al punto en el cual Fitz Roy ordenó abandonar la exploración y volver al Atlántico. Es la denominada por Darwin "Llanura del misterio", desde donde se divisan ya los contrafuertes andinos y la mole negruzca del cerro que Fitz Roy llama "Castle Hill" o Cerro Castillo.
Moreno intuye que el gran lago no está lejos y redobla sus esfuerzos para llegar hasta una altura desde la cual se abra, por fin, la vista de todo el fondo cordillerano. El gran día será el 13 de febrero, 29 días después de haber arrancado desde la isla Pavón, y más de cuatro meses después de la salida de Buenos Aires.
En su cuaderno de viajes, Moreno refleja a la perfección la importancia del momento. Está subiendo unos médanos a caballo y adivina que lago no está lejos. Y escribe: "Pero ya no dirijo mi atención a las cosas de los médanos. El aire ha refrescado; hay olor a agua y un ruido cercano halagador en extremo y que revela olas que baten contra las rocas me hace olvidar de todo lo anterior. Nada puede expresar mi entusiasmo en estos momentos. Trepo la oleada de arena y encuentro al grandioso lago que ostenta toda su grandeza hacia el oeste. Es un espectáculo impagable y comprendo que no merece siquiera mención lo que hemos trabajado para presenciarlo; todo lo olvido ante él".
Sólo visto antes por el subteniente Feilberg, el lago carece aún de denominación. Y con alma de descubridor, Moreno decide allí mismo bautizarlo con el nombre que simboliza su sentimiento patriótico: lo denomina lago Argentino. Y ese será el primero de los varios grandes bautismos con que Moreno jalonará sus descubrimientos de los días que siguen.
EL LAGO SAN MARTIN
Con ánimos renovados tras llegar al lago Argentino y distinguir nítidamente la cordillera nevada, Moreno decide profundizar su exploración remontando el río que identifica de inmediato como "el que Viedma vio salir del lago que lleva su nombre".
Como siempre, tras acampar en un lugar, Moreno iniciaba largas recorridas a caballo para ubicar bien la topografía del lugar y encontrar un lugar elevado para apreciar mejor la geografía. No le quedan dudas de que ese río que baja desde el norte "con mayor velocidad de descenso que el Santa Cruz" debe provenir del lago Viedma y se lanza a reconocerlo, continuando así la expedición con rumbo a lo desconocido.
Serán casi dos meses de deslumbramiento ante la inmensidad patagónica; de recolección de muestras fósiles y vestigios del pasado indígena, incluida una valiosa momia que aún se conserva en el museo de La Plata; de comparación de la observación del comportamiento de los guanacos frente a los relatos de Darwin y D’Orbigny; de paciente elaboración de un vocabulario castellano-tehuelche, y de predicciones sobre el futuro de esa región desolada a la que Moreno ya imagina como un patrimonio extraordinario del país, especialmente por la importancia de sus grandes lagos y la majestuosidad de las montañas que los rodean.
Tras varias jornadas a caballo rumbo al norte llega a la cuenca del río Shehuen y por allí se desvía hacía el oeste, adivinando quizá lo que va a descubrir, y ayudado por los indicios que le brindan algunos indios tehuelches con los que traba buena relación. El 27 de febrero, tras almorzar un pequeño ñandú cazado en el lugar -Moreno descubre allí que en el sur patagónico hay una variedad más pequeña del Rhea Darwinni o ñandú americano, que en la zona llaman "choique"- el grupo alcanza la parte superior de unas lomadas y desde allí, como tantas otras veces en las exploraciones de Moreno, se abre repentinamente el horizonte y brinda una imagen extraordinaria: un gran lago de color verde esmeralda, cuyos brazos se pierden entre innumerables recovecos del fondo cordillerano, con sus altas cumbres cubiertas de nieve y glaciares.
Moreno sabe que, a excepción de los indios, ningún hombre blanco ha llegado jamás tan lejos y tan adentro de los Andes patagónicos. Escribe de inmediato sus sensaciones: "Todo es distinto aquí, y en vano se buscaría la planicie y los médanos que preceden al lago Argentino. Este es un paisaje de los Alpes, pero triste, desconocido, sin nombre. La civilización no lo conoce aún y es necesario buscarle un nombre. Llamémosle lago San Martín, pues sus aguas bajan de la maciza base de los Andes, único pedestal digno de soportar la figura heroica del gran guerrero".
Años más tarde, cuando la división de limites entre la Argentina y Chile establece que ese enorme lago de accidentada forma desagua al Atlántico y al Pacifico, la frontera pasará por la mitad de varios de sus brazos que descienden de glaciares. Como lago binacional llevará dos nombres y puesto que de lado argentino se llama San Martín tras el bautismo de Moreno, del lado chileno se llamará O’Higgins, el nombre del máximo héroe de Chile y compañero San Martín en la lucha de independencia contra España. Llega la madrugada del 28 de febrero y el tiempo favorece la permanencia de Moreno en los bordes del lago San Martín. Hay luna llena y la luz se refleja, brillante, en el enorme espejo de agua y en los témpanos que surcan el centro del lago, alejándose de los glaciares de los que provienen.
Moreno describe en términos más admirativos que nunca ese panorama sin igual: "Ni las imponentes masas pétreas que rodean el Nahuel Huapi, donde alza su cráter helado el intranquilo Tronador; ni los rápidos del Limay, dominados por las lavas y los cipreses; ni los bosques de araucarias que bajan de verdura las bases del Quetropillán; ni los rientes valles del norte, en Catamarca, al pie del Aconquija, son comparables, según mi modo de ver, con este rincón de tierra donde el fuego y el agua antigua han elevado estas montañas atrevidas, y donde el fuego y el agua moderna han labrado cráteres y lagos a cuál más grandioso".
Esa vista inagotable marca el momento de retornar hacia el sur. Quedan pocas provisiones en el campamento "y aún nos falta visitar el lago Viedma", dice Moreno a sus acompañantes, alistando los caballos para volver hacia el sudoeste, subiendo por las colinas que separan el valle de las cuencas del San Martín y del Viedma.
EL "VOLCÁN" FITZ ROY
Y la afirmación vale pese a que su estatura de explorador debía compararse por aquellos años con algunos predecesores ilustres de la talla de Charles Darwin, del francés Alcide D’Orbigny, del británico George Chaworth Musters o del jesuita Niccoló Mascardi, por mencionar a los principales nombres de una coda lista de descubridores del fin del continente americano, tantas veces comparado, con razón, con el fin del mundo conocido.
Desde muy temprana edad, Moreno se equipara a esos pioneros con viajes y observaciones de notable alcance. Pero su dimensión personal fuera de lo común se irá agigantando con el tiempo porque Moreno no fue sólo el aventurero y el científico con salud de hierro y desprecio por el peligro; fue en realidad una multitud de personas a la vez, capaz de asumir tantos roles como fuera necesario y guiado siempre por el afán del admirador de una Patagonia a la que le adivinó el alma y la esencia con la sensibilidad que no tuvo Darwin, que sólo vio allí una "tierra maldita" por la aridez y la desolación de las interminables mesetas.
Moreno comenzó recorriendo los caminos de Darwin. Utilizó, incluso, como guía para uno de sus grandes viajes el relato pormenorizado del naturalista británico, que había remontado el río Santa Cruz en 1834. Pero el alcance de la mirada de Moreno fue ilimitado. Lo sintetiza bien una de sus primeras definiciones al recorrer, con ojos de descubridor, los primeros escenarios patagónicos en su viaje inaugural al sur: "Después de examinar el yacimiento fosilífero de Punta Alta descubierto por Darwin, y acompañado por dos muchachos indígenas, me dirigí a Nueva Roma, último destacamento fronterizo. Hermoso porvenir tienen aquellos parajes ocultos bajo el aspecto árido que le dan sus salitrales, sus médanos y sus matorrales espinosos. Ansío para esos lugares, una escuela donde se aprenda a aprovecharlos". (Reminiscencias del Perito Moreno, págs. 26-27, Ed. Elefante Blanco, 1997).
Tal como se ve en la fuerte imagen que nos devuelve la clásica foto de Moreno ya viejo y en traje de hombre de ciudad, sus ojos transmiten su fuerza para retener las distancias, los ríos, las montañas, los lagos o los desiertos y transformarlos en un compromiso absoluto con esa Patagonia que le atrapó los sentidos.
Un hombre múltiple, como sólo pudieron serlo durante aquella etapa fundacional de la Argentina, que también se colocaba en la línea de los grandes humanistas de todos los tiempos: naturalista, caminante, aventurero, científico, geógrafo, escritor, fotógrafo, diplomático, estadista, educador, filántropo. En la Argentina se lo recuerda, ante todo, como el Perito Moreno, un título, que ganó gracias a su formidable tarea de negociador frente a Chile en la larga disputa por los límites fronterizos, que concluyó con el arbitraje de la Corona británica de 1902, y que dio largamente razón a Moreno por la contundencia de sus argumentos geográficos, históricos y científicos. Siempre guiado por esa mezcla de sentimiento poéticos y poéticos al mismo tiempo que eran una suerte de ideología misteriosa que unió a los grandes nombres ilustres de la Argentina de la segunda mitad del siglo XIX -los Sarmiento, Mitre, Alberdi, Roca, Avellaneda- para producir una conjunción extraña y transformadora, capaz de cambiar totalmente al país en pocos años y convertirlo, de una nación pobre y sin destino del poscolonialismo español en una de las grandes promesas de prosperidad y modernismo al llegar al primer centenario de vida como nación independiente, en 1910.
A esa estirpe pertenecía Moreno. Pero si muchos de sus pares de la época dieron sus batallas en ministerios, legislaturas, presidencias o en los centros del poder mundial del siglo XIX, Moreno sería el hombre de los espacios desconocidos, de lo inexplorado, del gran futuro del país y de la región. Y, en verdad, del futuro del hombre en general, porque en su visión de extraordinaria anticipación, Moreno supo ver antes que nadie que por amplia que fuera la Patagonia, era necesario preservar la naturaleza para el futuro creando parques nacionales para evitar el abuso humano, y transmitiendo, ante todo, la idea del respeto a los árboles, a las montañas y a los pobladores naturales de esos territorios, que sufrirían el embate inevitable de los nuevos colonizadores. Fue un ecologista antes de que se inventara la palabra. Y lo llevó a la práctica donando todo lo que tenía para que se creara, en lo que hoy es Bariloche, el primer parque nacional argentino, símbolo del respeto y la preservación de la naturaleza por la cual Moreno había comenzado a trabajar, quizá sin darse cuenta, desde los primeros años de su infancia.
*fotos que ilustran la generación del ochenta
*Ley 1420 Educación pública , laica libre y gratuita.
*Juan Bautista Alberdi - estadista
*Se promulga ley de matrimonio civil
PRESO DE LOS INDIOS
Su sed de viajes y descubrimientos se agiganta aún más después de esa confirmación extraordinaria en la larga temporada en la Patagonia más austral. Y decide volver a la región de Bariloche, para explorar como corresponde la zona del lago Nahuel Huapi, que sigue siendo virtualmente desconocido para la Argentina y el mundo en general. Moreno usa siempre ese nombre original para el gran lago, mencionado así en los relatos de los jesuitas que reconocieron la zona con el infortunado padre Mascardi en el siglo XVII. Los indios del siglo XIX, en cambio, lo llaman Tequel Malal o Strectialafquen, según los casos.
Pese a que su sensibilidad de hombre de montaña lo hizo vislumbrar en los lagos Argentino, Viedma y San Martín paisajes inigualables, la majestuosidad del Nahuel Huapi también lo atrae con fuerza irresistible. Y mientras terminaba la redacción de su libro Un viaje a la Patagonia austral, que seria publicado por la imprenta del diario La Nación a fines del 1879, Moreno concibe una nueva exploración más ambiciosa a la región del Nahuel Huapi y alrededores.
Allí comenzará otro viaje épico de Moreno, caracterizado por nuevos descubrimientos en la región de Esquel, el valle del río Chubut y el sur del Nahuel Huapi, pero, sobre todo, por el peligroso episodio en el cual estuvo cerca de perder la vida, al ser capturado por los indios, con ánimo de revancha por la guerra del hombre blanco, y de los que sólo lograría escapar con una audacia y resistencia sin límites. Astutamente, sabiendo que el poderoso cacique Shaihueque aún dominaba ampliamente la zona de las manzanas, es decir los valles al norte de Nahuel Huapi, Moreno decide comenzar su exploración de sur a norte, remontando primero el valle del río Chubut y explorando los valles de Esquel, del lago Cholila y de los lagos al sur de Bariloche. Sin embargo, en distintos encuentros con grupos indígenas, es advertido de que los ánimos están caldeados, y Moreno hace entonces un cálculo arriesgado: avanzar hasta el Nahuel Huapi y, si era atacado por indios hostiles, tratar de cruzar hacia el Pacífico por el famoso paso Bariloche.
Pero una avanzada de los hombres de Shaihueque lo sorprende acampando en la ribera sur del Nahuel Huapi y lo toman prisionero para llevarlo, como rehén, a los toldos de Caleufu, donde lo juzgaría Shaihueque y su consejo de guerra.
Si bien los indios respetaban a Moreno, que se había ganado el prestigio de hombre conocedor y valiente, también sabían que sería el rehén ideal para un canje por prisioneros indígenas capturados por el ejército argentino al mando del general Conrado Villegas. Shaihueque, incluso, tenía hasta cierto aprecio por el joven científico, al que llamaba "compadre". Y todos los indios temían particularmente el instrumento al que mencionaban como un "arma secreta" de Moreno: su teodolito.
Pero el consejo de guerra se muestra muy amenazante. Varias veces se menciona que Moreno debe morir, y muchos parientes de indios muertos o prisioneros claman por la venganza en la persona de Moreno. Shaihueque, que se resiste a dar la orden de matar, decide esperar el paso de la "Rogativa", una fiesta de varios días en los que se harán ruegos especiales a los espíritus. Moreno sabe que esos serán días de bailes y borracheras sin fin y planifica su única salida: una evasión bajando, sobre troncos, por las aguas del río Collón Cura.
En la madrugada del 12 de febrero de 1880, Moreno aprovecha la borrachera de los indios para alejarse de los toldos en un caballo atrapado en plena noche, borrando las huellas con un poncho que ata a la cola del caballo para que se arrastre por el suelo. Así gana las pocas horas necesarias para llegar a la margen del río Collón Cura y atar varias gruesas ramas de sauce para construir una precaria balsa con la cual intentar la desesperada huida.
El plan funciona a la perfección. Cuando los indios advierten que Moreno y sus dos acompañantes no están, una enorme gritería da la orden de búsqueda, pero Moreno ya está en el agua y bajando con la fuerza del poderoso río, que varias veces los coloca al borde del naufragio en esa navegación a oscuras y sin timón alguno. Al día siguiente, la llegada al río Limay les permite avizorar la libertad definitiva. Sin alimentos, Moreno y sus hombres están al borde del desfallecimiento. Caminan por las riberas del Limay, ya cerca del Neuquén hasta que avistan una columna de humo que puede ser de la avanzada militar argentina. Con las pocas balas que le quedaban en su revólver, Moreno dispara al aire. Una patrulla viene a buscarlos desde el otro lado del río. Preguntan: "¿Quién vive?" Casi al borde de sus fuerzas, llega la respuesta: "Moreno, escapado de los toldos".
El encuentro es la salvación. Moreno repone fuerzas, recibe caballos frescos y se encamina de retomo a Buenos Aires. Una vez más, otro viaje novelesco concluye felizmente.
EL HOMBRE DE ESTADO
Lo que no marcha por los carriles previstos es la actitud del gobierno argentino. Cuando Moreno llega a Buenos Aires, dueño de actos y peripecias inigualables, sufre el mal trago de enterarse de que ha sido destituido de su misión. Para la burocracia del Ministerio del Interior, ¡no había dado señales de vida de la exploración encomendada!
Nadie parece tomar en cuenta que Moreno había estado preso y al borde de perder la vida. tampoco parece interesar demasiado lo que el explorador tiene para contar Moreno cumple, de todos modos, con la misión de entregar el informe de su expedición, y abandona cualquier contacto con el gobierno para dedicarse a clasificar sus innumerables piezas de colección, puesto que ya sueña con el gran museo de ciencias naturales que quiere dejar para el país. Luego emprende su primer viaje a Europa para compartir allí, con mentes más abiertas a los descubrimientos, las innumerables novedades científicas que guarda en sus cuadernos de apuntes.
Al retornar al país, sin embargo, decide dar la batalla contra la incomprensión de la burocracia con un recurso ya tan válido a fines del siglo XIX como lo será en el siglo XX o en el XXI: hacer una denuncia pública por medio de un diario.
Así, en enero de 1883, decide enviar a su amigo el ex presidente Bartolomé Mitre una serie de tres cartas sucesivas en las cuales brinda el detalle completo de su reconocimiento del lago Nahuel Huapi y alrededores. Allí le explica que su informe ha quedado oculto en el Ministerio del Interior desde 1880 y que nadie parece interesarse en la importancia de la región descubierta. Y le dice textualmente a Mitre: "Tres años han transcurrido desde mi última visita al gran lago. No veo la menor mención a estas expediciones y en mucho lo atribuyo al silencio que ha cubierto mi extenso informe al Ministerio del Interior, que no ha sido aún publicado, pese al decreto de "publíquese", cubriéndolo el mismo espeso velo que la anterior administración echó sobre mi misión oficial a las tierras australes. Le envío mis croquis de viaje, publíquelos en La Nación".
De inmediato, Mitre le brinda la ayuda que será fundamental para su futuro. Asombrado por lo que lee, el fundador y director del diario decide publicarlo por entregas, con dibujos y diagramas, desde la primera página de La Nación.
El impacto será concluyente. El presidente de la nación, Julio A. Roca, reacciona de inmediato y ordena reparar el error. Moreno pasará entonces a ocupar el nuevo papel de hombre de Estado. Lo esperan los largos años de las negociaciones con Chile, las exploraciones necesarias para definir exactamente los límites geográficos y la tarea de perito argentino para el arbitraje británico de 1902 que dio la palabra definitiva, apoyándose en gran medida en las informaciones y los conocimientos sin igual del Dr. Francisco "Pancho" Moreno.
También en la tarea de diplomático y negociador Moreno se mostrará tan hábil, astuto e incansable como cuando recorre los territorios vírgenes a pie o a caballo. Siempre lo guía un principio esencial: convencer con paciencia y con el aporte de datos incuestionables. Así, decide instalarse durante meses en Santiago de Chile, para dialogar con los hombres de Estado de Chile, ya que Moreno no quiere enfrentamientos sino acuerdos correctos sobre las bases incuestionables del tratado de 1881 que establece que la cordillera y su geografía será el limite natural entre ambos países.
Cruza a Chile a su manera. Con toda su familia, a lomo de muía, por las alturas del paso de Uspallata, en Mendoza. Y se instala en Santiago, donde lo espera, sin embargo, una desgracia familiar: su joven esposa muere de una repentina infección, dejándolo solo y a cargo de cuatro hijos. Moreno redobla, sin embargo, su compromiso con la patria. Continúa las exploraciones por toda la cordillera, desde el límite con Bolivia hasta el sur patagónico; describe las líneas de cumbre y las divisorias de aguas; funda el Museo de La Plata; organiza misiones de exploración cada vez más avanzadas, para las que re-cinta a hombres de ciencia de alto valor: Clemente Onelli, Rolf Hauthal, Ludovico von Platten, Emilio Frey.
Por fin, con sus hijos en edad escolar, se radica por largo tiempo en Londres, donde concentrará sus esfuerzos en pos de obtener el mejor laudo posible por parte de los expertos británicos, comandados por el coronel sir Thomas Holdich.
Y así como en 1883 Moreno supo advertir la importancia decisiva de dar difusión pública a sus trabajos, ahora sabe que conviene a la posición argentina dar a conocer a la comunidad científica europea todo lo posible sobre el lejano, misterioso y ya mítico territorio de la Patagonia. Desde que la llegada de la fotografía le había dado un argumento adicional extraordinario para sus explicaciones, Moreno comenzó a construir un archivo fotográfico como el que nadie poseía en el mundo.
A mediados de 1899, una gran exposición de esas fotos, acompañada por dos notables conferencias en la sede central de la Royal Geographical Society en Londres el 29 de mayo y el 2 de junio de ese año, marcarán un hito excepcional para la difusión mundial de los secretos en la Patagonia. Moreno se confirma allí a nivel mundial como el gran especialista de la Patagonia. En sus conferencias en la RGS es presentado por el mayor Darwin, hijo del gran naturalista, y es nombrado miembro correspondiente de la célebre institución inglesa, como también de las academias de Ciencias de Francia y de Italia. Cuando en 1902 se conoce finalmente el laudo británico, firmado por el rey Eduardo VII, el jefe de los expertos británicos, sir Thomas Holdich, reconoce que "todo lo que obtuvo la Argentina se debe a la tarea de Moreno".
EL FILÁNTROPO
Desde el laudo en adelante, Moreno ve llegada la hora de su gran tarea final. Como Sarmiento, cree que la educación es lo esencial. Y lo preocupa, sobre todo, la dificultad de transmitir los conocimientos a los sectores más pobres. Así, con donaciones que van consumiendo todo su patrimonio personal, desarrolla las primeras escuelas para chicos sin posibilidades, donde hasta ofrece comida para que no dejen de asistir a clases.
Con lo que le pagó el gobierno por su tarea de perito -miles de hectáreas en las riberas del lago Nahuel Huapi- decide adoptar una iniciativa pionera: devolverlo al Estado en donación para crear allí el primer parque nacional de la Argentina.
Y con todos los vestigios arqueológicos y paleontológicos recogidos en sus viajes se configura la base del museo de La Plata que, a comienzos del siglo XX, goza ya de una gran fama mundial. Sólo lo atribuía una preocupación insoluble. No advierte en sus contemporáneos el afán de descubrimiento y civilización con el que soñaba él mismo al explorar los enormes territorios patagónicos. Le duele la pequeñez humana y la concentración de los políticos en cuestiones de escaso nivel.
Moreno soñaba con ferrocarriles cruzando las mesetas patagónicas, con barcos por los ríos y los grandes lagos, con pueblos pujantes al pie de la Cordillera.
Y se sorprendería, probablemente, si resucitara y remontara hoy, por ejemplo, el río Santa Cruz, para encontrarlo casi tal como en 1877.
O, quizá, se diría filosóficamente a sí mismo: en el fondo, mejor así. La Patagonia, gracias a Dios, sigue casi incontaminada en gran parte de su territori
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